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Igreja Vitoriosa


Comentario al Salmo 115
Tomado de "Comentario Exegético-Devocional A Toda La Biblia."
Libros poéticos -Salmos Tomo-1. Editorial CLIE.
Muchas versiones antiguas, especialmente los LXX y la Vulgata Latina, unen este salmo con el que le precede; pero en el hebreo es un salmo distinto. En él se nos enseña a dar gloria: I. A Dios, no a nosotros (v. 1). II. A Dios, no a los ídolos (vv. 2-8). Y hemos de darle gloria:
1. Confiando en Él, en sus promesas y bendiciones (vv. 9-15).
2. Bendiciéndole (vv. 16-18).
Versículos 1-8
1. Aquí se excluye para siempre la jactancia (v. 1). No permitamos que la opinión de nuestros propios méritos tenga cabida en nuestras oraciones ni en nuestras alabanzas, sino que tanto las unas como las otras se centren en la gloria de Dios. Todo el bien que hacemos es hecho con el poder de su gracia, y todo el que tenemos es un regalo de su pura misericordia; por tanto Él debe tener toda nuestra alabanza. Todos nuestros cánticos deben ir acompañados de esta melodía: «¡No a nosotros, Yahweh, no a nosotros, sino a tu nombre da toda la gloria!» (v. 1).Este debe ser el fin supremo y último de todas nuestras oraciones, por lo que lo puso el Señor en la primera petición del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre.» La segunda parte del versículo apela al amor y a la verdad de Dios, ya que tales atributos sufrirían mengua si Dios no los ejercitase en los momentos de apuro de su pueblo.
2. Se silenciará así, de una vez por todas, el improperio de los paganos, quienes decían de los israelitas: «¿Dónde, ahora, está su Dios?» (v. 2). «Ahora» no es aquí adverbio de tiempo; equivale a «que lo digan»). A esto responde el salmista:
(A) «Nuestro Dios está en los cielos» (v. 3), donde nunca han estado los ídolos de los paganos; en los cielos y, por tanto, oculto a nuestra vista; es espiritual, incorpóreo (Jn. 4:24); pero, aunque es inaccesible, se le conoce por sus obras; tiene el poder de hacer cuanto quiere (v. 3b), mientras que los ídolos son figuras inertes.
(B) Vuelve contra ellos mismos la pregunta, pues viene a decir: «¿Y en qué consisten vuestros dioses?» Son meras imágenes de madera, recubierta de plata u oro (v. 4, comp. con Hab. 2:19), y son hechura de manos humanas (comp. con Dt. 4:28; Is. 44:10-20; Hch. 19:26). «Un artífice lo hizo, no es Dios», dice Oseas del becerro de oro (Os. 8:6). Los pintores y escultores les hacían boca, ojos, orejas, narices, manos y pies, pero de nada les servían, pues, siendo figuras inertes, ni podían dar oráculos (v. 5); los falsificaban sus sacerdotes; ni podían ver (v. 5b) las postraciones ni las necesidades de sus adoradores; tampoco podían oír (v. 6) las oraciones que se les dirigían, aunque las hiciesen en voz muy alta (v. 1 R. 18:27-29); ni podían oler (v. 6b) el perfume del incienso, por muy fuerte y suave que fuese; ni podían palpar (v. 7) los dones que se les presentaban; mucho menos, dar dones a quienes los pidiesen. De nada les sirven los pies, pues no andan (v. 7b) y, por tanto, no pueden dar un paso para aliviar a quienes les piden socorro. Ni aun pueden dar con su garganta sonidos inarticulados (v. 7c).
(C) El salmista prorrumpe a continuación (según la versión más probable del futuro hebreo) en una imprecación: «¡Como ellos sean los que los hacen! ¡Todo el que en ellos confía!» Ciertamente merecen quedar privados de sus facultades quienes ponen su confianza en esas figuras inertes, que no ayudan a nadie ni pueden ayudarse a sí mismas. Dice Maclaren: «Los hombres hicieron dioses a su propia imagen y esos ídolos, una vez hechos, los hicieron a ellos a imagen suya.» Al adorar a esta especie de muñecos de madera y metal, los hombres se hacen cada vez más estúpidos, se apartan de todo lo que es espiritual y se van hundiendo cada vez más en el fango de los sentidos corporales.
Versículos 9-18
1. Ahora se nos exhorta a todos (aunque a Israel en directo) a poner nuestra confianza en Dios y a no dejar que esa confianza sea sacudida por los improperios que se nos dirijan en medio de nuestras adversidades y aflicciones (v. 9). Así como es una insensatez confiar en los ídolos, es prueba de gran sabiduría confiar en el Dios vivo, pues Él es ayuda y escudo, socorro y defensa, de los que confían en Él (comp. 33:20; Dt. 33:29). El hebreo dice, en v. 9b: «¡Él es su auxilio y su escudo!» El cambio de persona se debe a que esta parte del versículo constituye la respuesta coral a la invitación hecha por el director del canto en la primera parte. Lo mismo ha de leerse en los vv. 10 y 11. Como en 118:2-4 y 135:19-21 (aquí, con la adición de Leví), se invita a tres clases de oyentes: a los israelitas en general, a los sacerdotes en particular y, probablemente, a los gentiles piadosos que venían al templo de Jerusalén para adorar al verdadero Dios (1 R. 8:41; Is. 66:6). De seguro que el Dios viviente les oirá a todos y les responderá.
2. Se nos anima grandemente a confiar en Dios, porque Yahweh se acordó de nosotros (v. 12). Todos nuestros consuelos se derivan de los pensamientos que Dios tiene acerca de nosotros. Él se ha acordado de nosotros, aunque nosotros nos hemos olvidado de El. Y, de lo que ha hecho por nosotros, podemos inferir: «Nos bendecirá.» Ha prometido hacerlo así. De ello está seguro el salmista. Bendecirá (vv. 12, 13) a los tres grupos de personas, a las que exhortó antes (vv. 9-11) a confiar en Yahweh (comp. Hch. 10:34,35); «a los pequeños y a los grandes» no indica diferencia de edad ni de estatura, sino de posición social: los pobres y los ricos. El v. 14 se traduce mejor en optativo «Yahweh os acreciente a vosotros y a vuestros hijos», «una oración —dice Cohén— de especial significado para los que regresaron a fijar de nuevo su residencia en Judea, quienes eran entonces muy pocos numéricamente ». Las bendiciones de Dios van siempre en aumento para los que las reciben con gratitud (comp. con Pr. 4:18), y en eso se ve que ellos son el linaje que Yahweh ha bendecido (Is. 61:9).
3. Se nos estimula a alabar a Dios con el ejemplo del salmista, quien concluye con una resolución de perseverar en sus alabanzas a Dios. Él hizo los cielos y la tierra; el Cielo es su morada, desde la que rige los destinos de los hombres; la tierra la ha dado a los hombres para que la dominen, la trabajen y la utilicen (Gn. 1:26, 28; Sal. 8:6-8) y en ella decidan su destino como personas. Y aquí, en esta tierra, es donde hemos de alabar a Dios para siempre (v. 18, comp. con 86:12), es decir, mientras vivamos, pues los muertos, los que bajan al silencio (v. 17, comp. con 94:17), es decir, al Seol, ya no pueden alabar a Dios. Recordemos que las ideas del A.T. sobre las realidades de ultratumba distaban mucho de la revelación del N.T. a este respecto.

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