No juzguéis (Mt 7:1-5).
Mat 7:1 "No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes.
Mat 7:2 Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes.
Mat 7:3 "¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo?
Mat 7:4 ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame sacarte la astilla del ojo', cuando ahí tienes una viga en el tuyo?
Mat 7:5 ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano.
1 No juzguéis, y no seréis juzgados; 2 porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos.
Nuestra trastornada naturaleza tiende a enjuiciar a otros. De este juicio se origina fácilmente la condenación. A esto se refiere Jesús, cuando prohíbe juzgar al prójimo. El motivo de esta prohibición es que no seamos juzgados nosotros, es decir, no seamos condenados con especial rigor. El que juzga a los demás, se atribuye un derecho que no tiene. Se inmiscuye en el derecho de Dios, a quien sólo es posible e incumbe juzgar certeramente. El que enjuicia a los demás, sobrepasa la medida del hombre y ahora es remitido a esta medida. De este modo también se dice que cualquier condenación humana es transitoria e insegura, que nunca hace plena justicia. Más vale callar diez veces que hablar injustamente una vez. En el perdón Jesús ya ha convertido la conducta con el prójimo en la norma de la conducta de Dios con nosotros: sólo quien perdona al prójimo, puede también confiar en el perdón de Dios (6,12.14s).
Aquí se aplica al juicio este principio. La misma sentencia con que gravamos al hermano, Dios la pronunciará sobre nosotros. Con la medida que aplicamos al hermano, Dios también nos medirá a nosotros. El que espera de Dios indulgencia y misericordia y un juicio magnánimo, debería también tenerlos con su prójimo. El que juzga de una forma acerba y fría, injusta cuando no calumniosa, tiene que esperar que Dios también la trate sin misericordia. ¿Qué sería de nosotros, si Dios nos tratara como tratamos con frecuencia a nuestros prójimos? «Pues habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó misericordia. La misericordia triunfa sobre el juicio» (/St/02/13).
3 ¿Por qué te pones a mirar la paja en el ojo de tu hermano, y no te fijas en la viga que tienes en el tuyo? 4 ¿O cómo eres capaz de decirle a tu hermano: Déjame que te saque la paja del ojo, teniendo tú la viga en el tuyo? 5 ¡Hipócrita! Sácate primero la viga del ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Es un ejemplo drástico. El que condena al prójimo está a punto para el juicio en que todos somos deudores de Dios. Las críticas y la voluntad de corregir faltas ajenas son similares al juicio. En esta voluntad con frecuencia no notamos las propias debilidades, solamente vemos las otras agigantadas. Mírate primero a ti, dice Jesús, y corrige tu propia vida. Cuando ya lo hayas logrado, entonces también puedes ayudar al hermano. Si procedes de otra manera, eres un hipócrita, que parece o quiere parecer mejor de lo que realmente es. El Evangelio dice después todavía con mayor claridad (18,15-20) lo que aquí se afirma sobre el deber de la mutua corrección fraterna. Aquí se pretende decir que sólo tiene derecho a la censura fraterna, el que antes se ha examinado y corregido a sí mismo. Así debe hacerse entre cristianos. ¿Ha penetrado esta norma en nuestra carne y en nuestro espíritu?
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